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sábado, 28 de julio de 2012

Pétalos de flores de cerezo

Pétalos de flores de cerezo.

Siempre creí que podía estar a tu lado para siempre... que no importaba qué ocurriese a nuestro alrededor, con quiénes nos topásemos en este mundo, yo siempre podría estar a tu lado, y tú al mío.
Las flores de cerezo comienzan a perder los pétalos y éstos caen sobre mí como una fina lluvia a media mañana, como una suave nevada de copos fríos y hermosos. Tal vez estén tratando de acompañarme en mi soledad. Tal vez simplemente me lo esté imaginando.
Sigo sentada bajo ese cerezo, el que destaca entre los demás por ser el más frondoso, el mismo en el que una vez hace mucho tiempo me prometiste que me protegerías.
Te sigo esperando.
Rodeo mis rodillas con los brazos, tratando de infundirme a mi misma algo de calor, pero es tan difícil... no es lo mismo cuando estoy solo yo, cuando no hay una mano cálida sujetando mi mano fría, cuando no hay unos acogedores brazos rodeándome tratando de mitigar mi tristeza, esta tristeza que me inunda y se desborda a través de mis ojos en forma de cristalinas y saladas lágrimas que caen por mis mejillas.
¿Qué puedo hacer sin ti a mi lado? Me siento tan sola...
Recuerdo tu sonrisa, inundándolo todo, como el sol en el cielo estival, mi propio sol en mi pequeño mundo, un mundo que creaste para mi, un mundo en el que no podía ser herida de aquellos que por una razón que aún se me escapa ansiaban destrozarme, hacerme trizas y reducirme a la nada. Tú me rescataste de aquél mundo de oscuridad que me rodeaba y hería, de aquella situación tan desesperante y angustiosa. Te debo la vida y el mundo. Para mi, aunque tu trabajo no fuese honesto, aunque fueses un asesino, para mi seguirías siendo un ángel, con suaves plumas en brillantes alas blancas.
Recuerdo aquel momento, yo sentada en el mismo sitio que ahora, el banco bajo el cerezo, vendas en mis brazos, el pelo rubio oscuro desparramado sobre mis hombros, los ojos grises clavados en el suelo; tú de pie frente a mi, tu pelo castaño claro reflejando la luz del sol, tus ojos dorados brillantes como estrellas, el rostro serio pero amable. ¿Recuerdas aquél momento tú también? Dijiste mi nombre, y yo alcé los ojos poco a poco hasta que nuestras miradas se unieron. Te pregunté si me odiabas, si me detestabas, tú sacudiste la cabeza, te sentaste a mi lado y tomaste mis manos. Estuvimos un instante en silencio, y entonces me hiciste la promesa que ahora atesoro en mi mente y mi corazón, y me hiciste prometer a cambio que no volvería a lastimarme a mi misma como lo hice en aquel momento. Acepté, y entonces me llevaste contigo.
Hacia la luz.
Una sonrisa se dibuja suavemente en mi rostro, recordando el tono de tu voz al decir mi nombre, y al recordar el mío propio al decir el tuyo.
Pero la sonrisa se borra con rapidez de mi rostro al recordar los momentos tristes, aquellos en los que ambos sufrimos. Y es entonces cuando me pregunto si hay algún límite para este sentimiento llamado amor, que nos quema y nos hiere, que nos hace felices y nos hace tristes, este torbellino de emociones que no para ni por un breve instante.
Al pasar el tiempo seguíamos al igual que en ese instante, el uno al lado del otro, tú protegiéndome, yo tratando de hacer lo mismo. Y fue entonces cuando me dijiste que te ibas, y que yo no podía ir contigo. Tanto dolor, tanto sufrimiento... las lágrimas se desbordaron con violencia y traté de retenerte con cientos de miles de palabras, cientos de miles de recuerdos, todos entre mis manos. Posaste un dedo sobre mis labios y me dijiste que no había nada que hacer, que ya todo estaba decidido, pero aun así yo traté de negarlo, no podía ser cierto.
Las flores de cerezo se arremolinan a mis pies, se enredan en mi pelo, se pegan a mi rostro húmedo por las lágrimas. Sigo sin poder asimilarlo.
Aquél día llegó de forma tan repentina que cortó mi respiración y heló mi sangre. Eché a correr de tal forma que casi ni recuerdo por dónde pasé, a quién vi. Lo único que recuerdo es que en ese momento lo único que necesitaba era llegar cuanto antes a tu lado.
Me dejaste de forma tan repentina que creí que acabaría yendo tras de ti en cualquier momento, pero me dijiste que no podía hacerlo, no aún. Así que me contuve, y traté de esperar todo el tiempo posible.
Me seco las lágrimas con la manga, me quito los pétalos de las flores de cerezo de encima y me arrebujo en mi chaqueta. Tengo frío, y no sé qué hacer.
-Chloe.
Alzo la vista, y te veo delante de mí, esta vez sonriente, tus ojos tan brillantes como siempre. Sonrío contigo, te echaba tanto de menos...
Me tiendes la mano, y yo sin dudarlo ni un instante la acepto. No tengo miedo de lo que pueda suceder a partir de ahora, lo único que me importa es que vuelvo a tenerte a mi lado.
Camino junto a ti, nuestras manos entrelazadas. Me dices que me quieres, yo te digo que te amo.
El sol brilla sobre nuestras cabezas y calienta el mundo a nuestro alrededor, la hierba que pisamos está tan verde y llena de vida como solía estar. El cerezo queda ahora a nuestras espaldas.
¿Sabes? Ahora que lo pienso...
...nunca hubiese creído que la muerte sería de esta forma.
¿No es así... Samuel?

1 comentario:

  1. Precioso...me gusto mucho, sigue escribiendo.
    Hoy te ganaste un lector

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